Kaurismäki no falla. Con Le Havre (2011) vuelve a demostrar, sin quererlo, que es uno de los directores europeos más interesantes de los últimos treinta años. Una película fiel a un estilo cinematográfico y de un optimismo superior, in crescendo, a sus anteriores trabajos, tornando en cuento un actual drama social.
Marcel Marx (André Wilms), escritor y bohemio, vive con su querida mujer Arletty (Kati Outinen) y con su perra Laïka (Laïka) en la ciudad de Le Havre, donde ejerce de limpiabotas, trabajo poco remunerativo, pero cercano a la gente. Vive felizmente entre su vida conyugal, el bar "La Moderne", que regenta su amiga Claire (Elina Salo), y su trabajo. Pero su vida cambiará a raíz del encuentro casual con el joven refugiado africano Idrissa (Blondin Miguel) que pretende llegar a Londres para encontrarse con su madre. Las buenas intenciones del vecindario portuario (Evelyn Didi, François Monnié, Quoc-Dung Nguyen) y la decisión final del detective (Jean-Pierre Darroussin) harán posible el objetivo del joven.
El director finlandés tiene la
facilidad de crear grandes historias humanas a partir de argumentos sencillos.
Tiene facilidad para engrandecer lo pequeño, de tornar nuevamente en poesía una
película de argumento social. Y para ello sigue siendo fiel a sí mismo, no por afán
de distinción estilística, sino por sentido lúcido y pragmático del
quehacer. Por eso su cine es tan sugestivo, mermado de pretenciosidad.
Se mantienen la parquedad narrativa,
la atemporalidad y el sentido del humor, como en la primera secuencia, con un negro ejemplo del fuera de campo. Los
escenarios, interiores y exteriores, siguen siendo austeros, desprovistos de
ornamentación superflua. La espléndida fotografía de Timo Salminen acentúa los negros
frente a los claros, sólo presentes en la oscuridad. La banda
sonora y los silencios son igual de característicos que en Luces al atardecer (2006), y la música no se aleja de los estilos
predilectos del director, que baila entre el rock y el tango de Gardel, aunque
en esta ocasión falte la canción tradicional finlandesa. Por eso, otorga
protagonismo al rock con “Matelot” de The Renegades como tema principal y rescata
al grupo Little Bob, encabezado por el italiano Roberto Piazza, que interviene
en la propia historia. Los personajes, que viven en una admitida precariedad,
se sostienen en un hilo que hacia el final de la película está a punto de
romperse, pero Kaurismäki, como es habitual (excepto en La chica de la fábrica de cerillas, 1990), acaba dándoles un
respiro y los salva. Sin embargo, en Le
Havre va más allá, pues torna verosímil lo que había pintado muy negro (la irremisible
detención del chico y la enfermedad de su mujer), por eso la película deviene cuento,
con un arrollador a la vez que moderado optimismo que recuerda a la maravillosa Nubes
pasajeras (1996), y se cierra con un modesto cerezo en flor.
A pesar de no haber rodado en su Helsinki
habitual ni en su finés natal, sino en la ciudad normanda que da título a la
película y en francés, eso no ha impedido a Kaurismäki rodearse de algunos de sus
actores más frecuentes. Recupera a André Wilms y al entrañable personaje al que dio vida en La vida de bohemia (1992), Marcel Marx,
de apellido inequívocamente político. Apuesta por el joven y correcto Blondin
Miguel para el papel del refugiado, y por Jean-Pierre Darroussin para el
detective tatiano, con un suave
parecido a Monsieur Hulot. Y es constante con dos de sus grandes actrices:
Elina Salo en el papel de la cómplice patrona del bar “La Moderne”, y su actriz
fetiche, Kati Outinen. En su primera
aparición, Kaurismäki realiza un primer plano de presentación que
delata la fascinación compartida por esta fastuosa actriz, de ojos y mirada
taciturna, de gesto sobrio y emotivo, y de evocadora ternura.
Kaurismäki, ese hombre grandullón de apariencia seria y
cigarrillo en boca, desde su Sombras en
el Paraíso (1986), ha ido tejiendo un cine antagónico a la vida humana
real. Cuanta más miseria parecía haber en el mundo, más optimista se ha vuelto
su cine. Qué imagen más poética, pues, que un cerezo en flor para salir felizmente agradecido al terminar los créditos finales.
Reseña de Kirk Honeycutt. The Hollywood Reporter
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Esta película no toma partido ni aporta soluciones para el problema de los refugiados al que el mundo actual se enfrenta. El director y guionista se limita a dar un abrazo lleno de cariño y de ternura a los desarraigados. Le Havre ofrece un refugio mágico del mundo real, un albergue cinematográfico de la vida donde basta con tener buenas intenciones.