Bajo el cerezo en flor

14 de enero de 2012

Kaurismäki no falla. Con Le Havre (2011) vuelve a demostrar, sin quererlo, que es uno de los directores europeos más interesantes de los últimos treinta años. Una película fiel a un estilo cinematográfico y de un optimismo superior, in crescendo, a sus anteriores trabajos, tornando en cuento un actual drama social. 

Marcel Marx (André Wilms), escritor y bohemio, vive con su querida mujer Arletty (Kati Outinen) y con su perra Laïka (Laïka) en la ciudad de Le Havre, donde ejerce de limpiabotas, trabajo poco remunerativo, pero cercano a la gente. Vive felizmente entre su vida conyugal, el bar "La Moderne", que regenta su amiga Claire (Elina Salo), y su trabajo. Pero su vida cambiará a raíz del encuentro casual con el joven refugiado africano Idrissa (Blondin Miguel) que pretende llegar a Londres para encontrarse con su madre. Las buenas intenciones del vecindario portuario (Evelyn Didi, François Monnié, Quoc-Dung Nguyen) y la decisión final del detective (Jean-Pierre Darroussin) harán posible el objetivo del joven.

El director finlandés tiene la facilidad de crear grandes historias humanas a partir de argumentos sencillos. Tiene facilidad para engrandecer lo pequeño, de tornar nuevamente en poesía una película de argumento social. Y para ello sigue siendo fiel a sí mismo, no por afán de distinción estilística, sino por sentido lúcido y pragmático del quehacer. Por eso su cine es tan sugestivo, mermado de pretenciosidad.

Se mantienen la parquedad narrativa, la atemporalidad y el sentido del humor, como en la primera secuencia, con un negro ejemplo del fuera de campo. Los escenarios, interiores y exteriores, siguen siendo austeros, desprovistos de ornamentación superflua. La espléndida fotografía de Timo Salminen acentúa los negros frente a los claros, sólo presentes en la oscuridad. La banda sonora y los silencios son igual de característicos que en Luces al atardecer (2006), y la música no se aleja de los estilos predilectos del director, que baila entre el rock y el tango de Gardel, aunque en esta ocasión falte la canción tradicional finlandesa. Por eso, otorga protagonismo al rock con “Matelot” de The Renegades como tema principal y rescata al grupo Little Bob, encabezado por el italiano Roberto Piazza, que interviene en la propia historia. Los personajes, que viven en una admitida precariedad, se sostienen en un hilo que hacia el final de la película está a punto de romperse, pero Kaurismäki, como es habitual (excepto en La chica de la fábrica de cerillas, 1990), acaba dándoles un respiro y los salva. Sin embargo, en Le Havre va más allá, pues torna verosímil lo que había pintado muy negro (la irremisible detención del chico y la enfermedad de su mujer), por eso la película deviene cuento, con un arrollador a la vez que moderado optimismo que recuerda a la maravillosa Nubes pasajeras (1996), y se cierra con un modesto cerezo en flor.

A pesar de no haber rodado en su Helsinki habitual ni en su finés natal, sino en la ciudad normanda que da título a la película y en francés, eso no ha impedido a Kaurismäki rodearse de algunos de sus actores más frecuentes. Recupera a André Wilms y al entrañable personaje al que dio vida en La vida de bohemia (1992), Marcel Marx, de apellido inequívocamente político. Apuesta por el joven y correcto Blondin Miguel para el papel del refugiado, y por Jean-Pierre Darroussin para el detective tatiano, con un suave parecido a Monsieur Hulot. Y es constante con dos de sus grandes actrices: Elina Salo en el papel de la cómplice patrona del bar “La Moderne”, y su actriz fetiche, Kati Outinen. En su primera aparición, Kaurismäki realiza un primer plano de presentación que delata la fascinación compartida por esta fastuosa actriz, de ojos y mirada taciturna, de gesto sobrio y emotivo, y de evocadora ternura.

La periodista Christine Masson le preguntó en el Festival de Cannes a propósito de la película: "Tengo la sensación de que cuanto más violento se hace el mundo, más crece su fe en el ser humano ¿Se ha vuelto desesperadamente optimista?" A lo que el director respondió: "Siempre me ha gustado más la versión del cuento en la que Caperucita Roja se come al lobo, pero en la vida real prefiero los lobos a los pálidos hombres de Wall Street".

Kaurismäki, ese hombre grandullón de apariencia seria y cigarrillo en boca, desde su Sombras en el Paraíso (1986), ha ido tejiendo un cine antagónico a la vida humana real. Cuanta más miseria parecía haber en el mundo, más optimista se ha vuelto su cine. Qué imagen más poética, pues, que un cerezo en flor para salir felizmente agradecido al terminar los créditos finales.




Reseña de Kirk Honeycutt. The Hollywood Reporter
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Esta película no toma partido ni aporta soluciones para el problema de los refugiados al que el mundo actual se enfrenta. El director y guionista se limita a dar un abrazo lleno de cariño y de ternura a los desarraigados. Le Havre ofrece un refugio mágico del mundo real, un albergue cinematográfico de la vida donde basta con tener buenas intenciones.