La postal

20 de enero de 2011

Jacques Tati no sólo dirige Las vacaciones de Monsieur Hulot (1951), sino que actúa en la misma: él es Monsieur Hulot, el personaje que más tarde llevaría a Mi tío, Playtime y Traffic. Este personaje creado por el director francés decide en su primera película ir a veranear a la costa, rompiendo la tranquilidad de los turistas del modesto y tranquilo hotel en el que se aloja; ajeno él, no obstante, a lo que su presencia supone. Esa es la gracia del personaje. Hulot es un caballero que vive en su mundo particular, aunque sus actos sean de perpetua constancia con la sociedad: saluda incesantemente a las damas, ayuda a las jóvenes a cargar maletas y bolsas, intenta arreglar a las señoras el coche y es profusamente educado con los caballeros. Pero de nada sirven sus actos integradores: él es, sin darse cuenta, un diferente en su moderna sociedad, un ser que, en cierto momento de la noche, se refugia con su pipa a escuchar una deliciosa pieza de jazz en la habitación de su hotel, sin caer en la cuenta de que el volumen no es del agrado de todos los turistas. Ese es Hulot: diferente e ingenuo, infantil y tierno, y cómico, muy cómico.

Ayer, pues, volví a ver por cuarta vez -o quinta, ya he perdido la cuenta- Las vacaciones de Monsieur Hulot y no puedo dejar de reírme como si fuera la primera. Ni tampoco de admirarla. La secuencia inicial es ya de por sí una obra de arte: en una estación de trenes, a través de un megáfono, una voz ininteligible guía desenfrenadamente a una masa de pasajeros turistas hacia el andén al que se dirige la llegada del próximo tren. Pero no sólo ésta, no. Cada secuencia es, si cabe, más desternillante que la anterior. Sus películas siguen la línea del slapstick, de ese cine de pim-pam-pums con sartenes, caídas y martillazos, aunque Tati va más allá. El director francés maneja maestralmente los gags visuales y los ruidos (coches, portazos, viento, pelotazos), esenciales en este film, aun llegando a parecer cine mudo por la casi ausencia de diálogo. Como apunta Aguilar, el gusto de Tati por el detalle está presente en toda la película. Tati confiere a hechos tan banales como la llegada de un tren, coger un libro para leer, la entrada a un hotel, la espera en un salón o un partido de tenis, una comicidad envidiable. Ésta es la esencia de su cine: cómo el detalle cobra vida, cómo lo más nimio es cuidado con mimo. Y después, como destacable, está esa exquisita banda sonora de Alain Romans, armonizada por el sonido de los pájaros estivales y las olas del mar. Un sonido de lujo.

Las vacaciones de Monsieur Hulot es, sin lugar a dudas, la playa, los niños, las maletas, los helados, las barcas, la brisa, las maletas, los paseos, las pelotas, los bañadores, las fotografías familiares, las maletas... verano que acaba en postal y comprendemos entonces el artificio. Tati deja clara su película-postal, su magnífico souvenir veraniego. Y Hulot, lejos de romper la tranquilidad de los turistas, ha resultado ser la diversión de todos ellos, el sello que certifica la postal.





Reseña de Carlos Aguilar
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Mr. Hulot llega a un pequeño pueblo en la costa, donde desea pasar una temporada de vacaciones. Se hospeda en un humilde hotel cercano a la playa. Los problemas para integrarse en la vida veraniega y el sentido del detalle con que Tati cuenta e interpreta hacen del film una obra maestra del cine de humor. Segundo largometraje del autor, de imperecedero encanto.