Inicio: Clothilde llora contenida el abandono de Louis en un corto plano secuencia. Los dos tienen una hija en común, Charlotte, que observa, ya en un segundo plano subjetivo, la ruptura a través de la mirilla de la puerta.
Los celos: 1. La última película de Philippe Garrel vuelve a construirse sobre eternas dicotomías: el amor y la creación artística, el dolor y la belleza, la vida y el suicidio, la imagen y el tiempo, y sobre todas ellas planea siempre la figura omnipresente de la mujer, como eje gravitatorio de su universo temático y autobiográfico. Como en Les baisers de secours (1989) o en Un éte brûlant (2011), la última película en estrenarse en España en 2013.
Garrel permanece estoico en su obsesión por examinar la vida sentimental de pareja, que filma a través de planos secuencia para el arrumaco, donde fluye el amor en un mismo cuadro, y de planos contraplanos para las discusiones, donde se imponen los celos y no hay posibilidad de reconciliación entre los dos amantes. Una imposibilidad que se acentúa con el característico uso de las bruscas elipsis, que nos obligan a reconstruir la realidad fragmentada, a llenar huecos, a unir los hachazos que Garrel provoca en la trama y que, en esta ocasión, además, subraya con el uso de intertítulos, donde ya el tiempo y la vida se alargan indefectiblemente. Una imposibilidad que nace también del espacio, de la convivencia de los dos en un pequeño apartamento que limita el amor y del que Garrel se detiene a filmar la puerta de entrada en varias ocasiones: ese umbral entre el compromiso y la libertad.
2. Pero hay un cambio de tono: La jalousie (2013) es una película menos dolorosa, más liviana en su crudeza amorosa y vital, algo que se percibe en la duración de los planos, menos largos, sin llegar al punto de crear esa intensidad y esa tensión difíciles de soportar, de querer apartar la mirada. Y en el humor, a menudo de la mano de la pequeña Charlotte.
Y un cambio de fondo: quizá es la película menos política de Garrel y la que menos se centra en su otra obsesión: el retrato generacional, excepto, respectivamente, en los comentarios de Charlotte (que si bocadillo colectivo, que si ¡Vive la Liberté!) y en la relación paternofilial junto con la aparición de la figura del sabio curtido por los años.
Final: tras el abandono de Claudia, Louis permanece solo en un plano secuencia que cierra el film. Garrel evidencia, gracias a una estructura circular, que los celos son ese lastre irrefrenable que se vive en la relación y que acaba con la misma, con el suicidio como posible vía de escape, en un aparente homenaje a El fuego fatuo (1963), de Louis Malle, con la pistola encima de la mesa de madera y con ese discreto fuera de campo que es sólo propiedad del que sufre por amor y por la vida.
Crítica publicada el 7 de junio de 2014 en Contrapicado, Revista Digital de Cine.
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