Hacia el final de À perdre la raison, Murielle (Émilie Dequenne), con la mirada hacia el infinito, llora dentro de su coche de camino a su casa. El director Joachim Lafosse filma la asfixia interior que vive el personaje en un largo plano secuencia que muestra su declive personal, con un llanto in crescendo y con una música diegética que subraya su estado anímico. Murielle para el coche y descarga su lamento. Se palpa la desgracia y el trágico final es irremediable.
Algo parecido sucede en La herida (2013), de Fernando Franco. El director no despega la cámara de su protagonista durante todo el film, para no pestañear en su propósito: retratar el trastorno límite de personalidad. Es en la última secuencia donde opta por el largo plano secuencia para revelar algo de su protagonista: a Ana (Marian Álvarez), con la mirada perdida y fija en la carretera, se le empañan los ojos y empieza a gimotear progresivamente hasta que para el coche y estalla en un angustioso llanto. Todo sin ningún refuerzo musical. La herida acaba con un final abierto a la interpretación pero que desnuda al personaje y lo conduce hacia un camino que, sin embargo, se nos omite (léase final abierto).
Dos ejemplos recientes muy parecidos de cómo los planos secuencia son reveladores: cómo el devenir del llanto permite la catarsis en las protagonistas; cómo la dilatación del tiempo favorece la transformación de los personajes y, por consiguiente, se decide un nuevo rumbo para sus historias y para la película, por más que en La herida este rumbo quede para siempre en un fuera de campo.
À perdre la raison (2012):
La herida (2013):
À perdre la raison (2012):
La herida (2013):