Weekend (2011) comienza con un encuentro casual y sexual entre dos hombres, en un bar gay, una de esas tantas noche de borrachera y exceso. Pero al amanecer, en la cama, uno de ellos saca una grabadora: quiere saber qué pensó el otro, qué sintió, qué recuerda de esa noche y de ese encuentro. A partir de este momento, la película se aleja de los planteamientos temáticos usuales del cine gay ―las salidas del armario―, para abordar las relaciones sentimentales desde dentro ―cómo nos definimos en privado― y desde fuera ―cómo nos definimos en público―.
Desde dentro, la relación entre Russell y Glen se construye por sus conversaciones en numerosos y largos planos sin contraplano de los dos ―en la cama, en el sofá, en la cocina, en el metro―, donde el tiempo se detiene y la palabra toma protagonismo. Unos planos que sólo se interrumpen bruscamente para producir ciertas elipsis narrativas en las mismas conversaciones, donde parece que se nos omite lo insustancial y se pone el foco en lo esencial para seguir avanzando. El director Andrew Haigh marca así el ritmo y sus personajes empiezan a enamorarse, poco a poco, entre deseos y cicatrices. Weekend descansa mucho en la palabra, pero no todo es discurso: también hay sexo. Entonces se abandona el reposo y desde la excitación los cuerpos masculinos se fragmentan en diferentes partes ―las piernas, el pecho, las nalgas, la espalda―, en diferentes planos. Dos modos de encontrarse: en el sosiego, el texto; en la agitación, el sexo.
Desde fuera, lejos del contenido de sus diálogos o de las puntuales secuencias con amigos y familiares, que retratan sus ambientes, está la acertada elección de Haigh de definir a sus dos personajes ―y la visión que cada uno tiene del otro― a través de lo espacial. El director sitúa a Russell al lado de la ventana de su piso, observando cómo Glen se aleja del edificio por el camino de entrada, solo, tras una de sus citas. Russell permanece en el hogar y Glen se aleja del mismo, aunque desde la calle siempre mira hacia arriba, buscando la mirada de Russell. Un gesto que se convierte en costumbre y que se repite hasta en tres ocasiones. Russell cree en la pareja, Glen dice que no. Dice. La puesta en escena, en cambio, se encarga de revelar lo que sus palabras esconden.
Andrew Haigh establece dos perspectivas que forman parte de cualquier proceso sentimental: el descubrimiento paulatino del otro y la relación con el otro. “En lo profundo de Weekend hay una historia de dos personas enamorándose una de otra. Esto, obviamente, tiene muy poco que ver con ser gay”, resume Haigh. Por eso al final, en la estación de tren y tras un corto e intenso fin de semana, Weekend remite con fuerza a una referencia inevitable como Before Sunrise (Antes del amanecer, 1995), de Richard Linklater.