“El Expresionismo es un juego.
¿Por qué no? Hoy en día todo es un juego”
Cuando la historia del cine –como toda historia– se empeña en diseccionar su corta trayectoria en los diferentes movimientos artísticos que la componen, en primera fila surge el Expresionismo alemán de los años 20, movimiento cultural tardío en el cine pero que ya llevaba más de una década de militancia en otras disciplinas artísticas, sobre todo en la pintura, germen del ismo vanguardista. Se cita entonces a Wiene, Murnau, Pabst, Lang y a El gabinete del doctor Caligari, Nosferatu, el vampiro, Bajo la máscara del placer o El doctor Mabuse. Y por extensión sincrónica salen todos, con sus circunstancias, del mismo saco. Error.
El peligro de la generalización radica en considerar las excepciones dentro de un conjunto homogéneo ciertamente irreal. Spione, película de la etapa alemana de Fritz Lang, es una de esas excepciones. Intentar adscribirla a un género cinematográfico concreto resulta tan complejo como la misma época en la que se filmó: 1927, fecha que bailó entre dos guerras, con más sombras que luces. Un asesinato, Primera Guerra. Un tratado a regañadientes, Segunda Guerra. Y Alemania, víctima y verdugo de los conflictos, resultó ser el escenario de un profundo malestar político y social.
El peligro de la generalización radica en considerar las excepciones dentro de un conjunto homogéneo ciertamente irreal. Spione, película de la etapa alemana de Fritz Lang, es una de esas excepciones. Intentar adscribirla a un género cinematográfico concreto resulta tan complejo como la misma época en la que se filmó: 1927, fecha que bailó entre dos guerras, con más sombras que luces. Un asesinato, Primera Guerra. Un tratado a regañadientes, Segunda Guerra. Y Alemania, víctima y verdugo de los conflictos, resultó ser el escenario de un profundo malestar político y social.
Este contexto es el que propicia una interesante lectura de Spione como un film caleidoscópico, que juega con múltiples influencias artísticas, pese a contar con una trama tan sencilla y folletinesca ‒con guión de Thea von Harbou y el propio Lang‒ como su propio título: Espías. Nos trasladamos así al origen de la Gran Guerra, con el auge del espionaje promovido por el enfrentamiento entre potencias, y emergen como protagonistas Francisco Fernando, archiduque de Austria, y Dragutin Dimitrijevic, jefe de la organización Mano Negra. Spione bebe de la realidad y se produce el choque maniqueo: el del bien, el agente secreto 326 (Willy Fritsch), contra el mal, el banquero y payaso Haghi (un excelente Rudolf Klein-Rogge), artífice de los crímenes y robos de estado. El símil es inevitable: estado frente a clandestinidad.
Con la referencia histórica en mano es cuando se multiplican los posibles análisis del film. Cómo no acordarse de las novelas británicas policíacas de Conan Doyle y su Sherlock Holmes; o de Agatha Christie y su Hércules Poirot. Agentes que remiten al número 326 y que con el tiempo originarán la saga del otro conocido agente, el 007, en la gran pantalla. Lang despliega la artillería y su imaginación: lupas, tintas invisibles, microcámaras, correos instantáneos, mucho humo y el tren como tensión y escenario de los misteriosos desencuentros entre bandos. Y de los desencuentros, entre el agente 326 y el líder Haghi, nace un vértice que conforma el triángulo: Sonja (Gerda Maurus), la astuta agente que cambia de camisa por amor. Un triángulo arquetípico tan recurrente como simbólico en la novela decimonónica francesa y española de Flaubert, Stendhal o Clarín. ¿Dónde queda, entonces, el expresionismo alemán? En la estética del film, en sus elementos plásticos: decorados ‒edificios amenazadores, escaleras rectilíneas‒, iluminación ‒claroscuros de la noche‒ y maquillaje, aunque sin la relevancia que se les otorgó en El gabinete del doctor Calgari (1919), Nosferatu, el vampiro (1922) o la majestuosa Metrópolis (1926). En eso y en la angustia del movimiento, que queda reflejada en el suicidio de Haghi al verse acorralado. El mismo suicidio al que parecía abocarse la República de Weimar antes de que el país se precipitara hacia el Nacionalsocialismo.
Por todo esto cuesta entender Spione bajo el prisma exclusivo de un solo movimiento artístico, el Expresionismo. Spione es un mosaico de referencias –conscientes o inconscientes– fruto de una época convulsa que, gracias al ingenio y la inventiva del director austriaco, hoy nos resulta tan moderna y tan rica como lo fue entonces para directores como Alfred Hitchcock o Jacques Tourneur.
Nota: Hemos añadido el comienzo de la película sin sonido, puesto que se trata de una película muda: desconfiamos de todo sonido posterior.
Reseña de Carlos Aguilar
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Variante de la magnífica El doctor Mabuse (incluyendo al gran Rudolf Klein-Rogge para interpretar al superlativo criminal, aquí llamado Haghi), acaso menos brillante y sustanciosa pero asimismo admirable. Coproducida y coescrita por el propio Fritz Lang, además supone una de las películas del maestro alemán que más huella dejaron en Alfred Hitchcock. 175 m. B/N