Cuando hoy se habla de ruptura en el cine europeo, uno de los fenómenos que sale a la palestra es la nouvelle vague francesa de los años 50 y 60 del siglo pasado, una nueva ola formada por un grupo de directores que coincidieron en la redacción de Cahiers du Cinéma, bajo las órdenes de André Bazin. Se habla, entonces, de Godard, Truffaut, Rohmer, Resnais, Chabrol y de Al final de la escapada, Los cuatrocientos golpes, Cuento de verano, Hiroshima Mon Amour o El bello Sergio. Y me pregunto yo: ¿dónde queda Malle? Louis Malle ha sido un autor infravalorado por la crítica. Sus películas no han tenido el bombo de los autores antes citados. No. Lo de Malle ha sido un sonsonete. Aun así, su Ascensor para el cadalso y Los amantes se encuentran entre las grandes películas del autor y de la historia del cine. Pero no, no ha tenido Malle un cuajo significativo. Por este motivo, antes de ver cualquier película suya, había tomado yo consciencia de que Malle sería un buen autor, correcto, pero un autor menor a la postre. Y debo decir que me sorprendió comprobar que no es así, que no creo que sea así, por eso digo, ahora desde mi misma moralidad, que es un autor infravalorado.
Zazie en el metro (Zazie dans le metro, 1959) tiene muchos aciertos, muchos. El primero: entretenimiento puro de principio a fin. El segundo: la niña Zazie. El tercero: pese a las novedades, no existe la pretensión, sino que hay, más bien, un continuo homenaje al cine que fue. Zazie, que parte de la novela homónima de Raymond Queneau, es un cuento casi dadá, tan absurdo como divertido, pero con un argumento: Zazie, una pequeña con un peinado "a lo garçon" y graciosamente deslenguada, se queda unos días con su tío (con un peculiar oficio: bailaora española) en la capital francesa, mientras su madre se pierde con su joven novio por París. La gran ilusión de Zazie es visitar el metro de la capital, pero, lamentablemente para ella, se encuentra en huelga.
-¡Capullos!, ¿cómo me pueden hacer esto a mí?
Louis Malle rinde homenaje en Zazie al cine mudo, al cine de animación, al cine del slapstick y del keystone cops, todo tremendamente coloreado, con esa tendencia pop del momento. Lo más destacable es su ritmo, ese ritmo acelerado, frenético, que otorga comicidad al film. Pero hay más elementos: saltos de eje constantes, innumerables gags y guiños satíricos a la nouvelle vague. En una de las primeras secuencias, la que corresponde al recorrido en taxi con la pequeña y su tío cruzando la capital francesa, Malle ya juega con la falta de raccord, saltándose el eje a conciencia, pues sitúa el templo que observan los tres protagonistas desde el taxi a la izquierda, a la derecha y al frente, por lo que Zazie pregunta siempre por el mismo edificio y el espectador se pregunta qué está pasando. Malle prepara, pues, al público, un público que está a punto de enfrentarse a hora y media de locuras y risa. Será testigo de persecuciones de policias a lo más puro keystone cops, pero con el color de los años 60. Volverá a ver los rótulos que hacía 60 años (o más) no veía. Recordará los gags de los slapstick de Chaplin y Keaton. Y será partícipe de las locuras más variopintas: un marinero golpeado por una ola en lo alto de la Torre Eiffel, un hombre disfrazado de oso polar que tirita de frío en el mismo edificio emblemático, el desdoblamiento de un personaje en varios, las desbocadas respuestas de Zazie, o la voz del protagonista autobús turístico que anuncia por megafonía inconexiones de tal calibre:
- El comandante Fédor Balanovtich les da la bienvenida. Sobrevolamos el Trocadero, con célebres quesos. Altitud 5 pies y 11 pulgadas. Velocidad de 6 nudos. A la izquierda, la Seguridad Social, culminación de nuestra civilización.
Todo este mundo, con unas imágenes -y en ocasiones, voces- aceleradas, da la sensación de ser la percepción del mundo que mira Zazie, del mundo desde sus ojos. Es su punto de vista y nos hace partícipes. Es la mirada naíf de la infancia, con una Zazie descarada, cruel, directa, pero también graciosa. Las interpretaciones, fuera del acierto de la joven Zazie (Catherine Demongeot) [1], son correctas. Destacan la de Vittorio Caprioli, Philippe Noiret, y la de una bella Carla Marlier. Imprescindible también es citar los guiños a la nueva ola que invadía Francia en aquella época, preocupada argumentalmente y esencialmente por las cuestiones de lecho e ignorando los problemas mundiales, centrándose así en las conversaciones, los diálogos, la palabra. Malle hace cómplice al público de ello mostrando a veces sus cámaras reflejadas en los cristales, o haciendo evidente la complicación de rodar en exteriores con los transeuntes mirando descaradamente al objetivo o tropezándose con los coches (alusión, entre otros, a Godard), o riéndose de los diálogos bobalicones e insulsos y del psicoanálisis, todo tan moderno en el cine que se avecinaba. Así, al final de la película, la madre querrá saber cómo se lo ha pasado Zazie en París.
- ¿Te lo has pasado bien?
- Bueno.
- ¿Has ido en metro?
- No.
- ¿Y qué has hecho?
- Envejecer.
En una época en la que los cineastas franceses exigían desde la más seria de las seriedades su propia independencia (argumental y técnica), que un director como Malle no participase activamente en ello e incluso se riese, tuvo que ser para el espectador coetáneo una gran vía de escape a tanta vanidad. Aguilar espeta "pretendió" y yo digo "pretendió y consigue". Si hoy Zazie es un film frenético, acostumbrada nuestra retina contemporánea a efectos tan dispares como espectaculares, en la época tuvo que ser una bomba de relojería. Malle no perdona ni hasta en los créditos finales: "Vous avez vu dans les principaux rôles", y Catherine Demonegeot aparece la última. Una película de sonrisa permanente [2].
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[1] Personaje que recuerda muy mucho a la Amélie de Jean-Pierre Jeunet.
[2] Con todo, se ha dicho de Zazie que es un film social, nada cómico en el fondo, en el que se retrata la infancia, la triste vida de la pequeña Zazie. A mí me parece una excesiva gravedad describirla así, pero tampoco restaré algo de razón al asunto. Aquí queda, como nota y aviso.
Reseña de Carlos Aguilar
Reseña de Carlos Aguilar
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El tercer largometraje de Malle, una comedia donde su autor pretendió dinamitar las propias leyes del género, apoyándose básicamente en la estética y concepciones "pop" de la época. Las aventuras que en París corre la niña Zazie, consternada sobre todo por la huelga que mantienen los empleados del metro.