I'm the Great Pretender

21 de abril de 2010

En los años 70, la televisión fue la protagonista. Su aparición puso freno al nuevo arte, que ni tan siquiera cumplía su centena. El cine tenía que tirar de subvenciones estatales si quería salir de su crisis. Dice Román Gubern: “De todas las cinematografías de Europa Occidental, la que demostró durante algunos años mayor inventiva y creatividad fue la de la República Federal de Alemania, la mayor parte de cuyos nuevos cineastas fueron amamantados o protegidos por la televisión estatal, abocada a una decidida política proteccionista del ‘cine de autor’”. Y el máximo exponente de este cine fue Rainer Werner Fassbinder, un joven procedente del teatro y que se movía también por la televisión y la radio.

Del teatro nació Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972) basada en una pieza teatral homónima del propio director alemán. Y la película casi podría ser una pieza teatral: un único escenario (sin exteriores), la palabra como bandera, las actrices sus protagonistas, una puesta en escena extraordinaria. Pero casi. Casi porque Fassbinder no sólo era teatral, sino que sabía mover una cámara y de ese conocimiento nacen planos y movimientos muy dignos de un espacio reducidísimo.

Los inicios y los finales son fundamentales en una obra. En esta, efectivamente, lo son.

Comienza: dos gatos en una escalera, la escalera del piso que visitaremos durante unas dos horas. Este plano se mantiene durante todos los créditos iniciales, y los gatos siguen allí. Hablando de una película de Fassbinder, los gatos –sospecho que gatas– no son ni decorativos ni gratuitos. El director enseguida pone a funcionar al espectador que más adelante entenderá la incursión de los dos felinos.

A partir de aquí, tres mujeres (a veces cuatro, cinco o hasta seis) en pocos metros cuadrados hablando de amor y de relaciones sentimentales y sexuales. La mujer: la famosa diseñadora Petra von Kant (Margit Carstensen). Otra: Marlene, la asistenta personalísima (Irm Hermann) de Petra, con la que mantiene una relación masoquista. La tercera en discordia: una promesa de las pasarelas, la joven Karin Thimm (Hanna Schygulla), de la que Petra se enamora perdidamente. Pero no. Petra no se enamora. La película no habla de amor, todo lo contrario. Las amargas lágrimas de Petra von Kant habla de la obsesión enfermiza (redundancia aparte) por querer a alguien. Querer en el sentido menos afable del término: Petra quiere querer a Karin, quiere poseerla, tenerla siempre a su disposición, saber de ella su dónde, su cuándo, sus porqués. Todo. Y la ausencia e insistencia por ese todo termina por alejar todo lo que tiene a su alrededor y dejarla en la más absoluta soledad.

Fassbinder penetra, como lo hiciera Bergman en Persona, en la psique femenina y realiza un trabajo casi médico. Terriblemente real. Una Margit Cartensen a la altura es la obsesión personificada. La bella Hanna Schygulla es tan distante y cruel como dulce. Y la sirvienta Irm Hermann, siempre expectante y nunca habladora. Un triángulo obsesivo-masoquista.

Finaliza: Petra quiere querer a Karin, quiere poseerla, tenerla siempre a su disposición, saber de ella su dónde, su cuándo, sus porqués. Todo. Y ese todo termina por alejar todo lo que tiene a su alrededor y dejarla en la más absoluta soledad: en un medido plano secuencia con “The Great Pretender” de The Platters de fondo, vemos cómo Marlene va haciendo su maleta, poco a poco, mientras dure la canción. Petra la observa desde su cama. Al fin, Marlene, se pone su abrigo, cierra –no sin esfuerzo- la maleta, mira a Petra por última vez, apaga la luz y desaparece para siempre.

Fassbinder adapta una pieza teatral y la obra se convierte en una película teatral. Por eso la puesta en escena es básica: la colocación estratégica de la cámara, el movimiento y desplazamiento de las mujeres, el juego de luces, el atrezo de maniquíes, pelucas y cuadros, los ruidos, el tono de la voz… Las amargas lágrimas de Petra von Kant huele a teatro y desde platea se intenta no empatizar demasiado, por miedo a caer en la debilidad terriblemente humana de Petra von Kant.

Karin: - Tú también bebes mucho.
Petra: - ¿Y qué me queda?
Karin: - No exageres, joder. Estás histérica.
Petra: - No estoy histérica, sufro.
Karin: - No me digas. Tú te lo pasas bien sufriendo.
Petra: - Sí, para ti es tan sencillo. Si alguien sufre, se lo está pasando bien.
Karin: - Es así.
Petra: - Preferiría estar feliz, Karin, créeme. Preferiría estar feliz. Todo esto me pone enferma.
Karin: -¿Qué te pone enferma?
Petra: - Déjalo.
Karin: - Dime, ¿qué te pone enferma?
Petra: - Tú. Tú me pones enferma. Nunca sé por qué realmente está conmigo. Si por el dinero, porque te doy una oportunidad o… porque me amas.
Karin: - Porque te quiero, claro.
Petra: - Mierda. Déjalo.
Karin: - Si no me crees…
Petra: - No tiene que ver con creer. Claro que creo que me quieres. Pero no lo sé, no lo sé realmente. Eso me pone enferma. Eso es.




Reseña de Carlos Aguilar
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Una diseñadora vive en un pequeño apartamento-estudio acompañada de su monosilábica chica para todo, estableciéndose entre ambas un extraño equilibrio sadomasoquista a la hora de trabajar, amar y comer. La llegada de un tercer personaje les hace reaccionar. Una pieza clave dentro del nuevo cine alemán.