Cronenberg: el ser superior

31 de octubre de 2012

Inicio: unas imágenes codificadas y un título sobreimpreso: “Videodrome”. Más rótulos: “Civic TV. The one you take to bed with you”, y una mujer aparece en primer plano en la pantalla de un televisor, recordando algo a alguien: “Max, it's that time again. Time to slowly, painfully ease yourself back into consciousness. No, I'm not a dream, although I've been told I'm a vision of loveliness”. Cronenberg despliega su universo en menos de un minuto: lo artificial, sueño o realidad, incide en nuestra vida, en nuestra conciencia, y la transforma sustancialmente, de raíz. El resultado será irremediable, a la par (dicen) que necesario.

El canadiense David Cronenberg es, desde los años 80, uno de los más destacados directores de cine independiente y de culto. Videodrome (1983), una de sus primeras películas –su octavo largometraje, de 1983, tras varios cortos y trabajos para televisión–, arranca con una metáfora del propio film para, a continuación, adentrarnos en la apariencia de un thriller. Max Renn (James Wood), presidente de una pequeña cadena de televisión en la que se emiten exclusivamente programas de sexo y violencia, decide ir más allá y buscar material nuevo, más arriesgado. En su búsqueda encuentra Videodrome, un programa pirata que parece cumplir con sus objetivos, pero, tras exponerse a la infección catódica, la percepción de su mundo empieza a alterarse. Ya nada será lo mismo y el thriller deviene fantástico. Ya no hay vuelta atrás.

Comienzan las alucinaciones sadomasoquistas y la línea entre realidad e ilusión se difumina, tanto para Max como para el espectador que, salvando las distancias, recuerda las exquisitas y surrealistas Belle de jour o Le charme discret de la burgeoisie de Buñuel. Las alucinaciones conducen a la locura y, simultáneamente, a las diversas mutaciones corporales (la vagina en el estómago, la prótesis de la pistola en la mano) que Cronenberg explota mediante el látex. Se evidencia así la otredad y resulta inevitable acordarse de Gregorio Samsa, recluido en una esquina de su habitación. Punto y aparte. Todas estas metamorfosis han sido posibles gracias a las mujeres, personajes que se revelan cruciales en el devenir del protagonista: Bridey (Julie Khaner), su secretaria y la primera voz que escuchamos al inicio del film; Bianca O'Blivion (Sonja Smits), la pantalla del doctor Brian O'Blivion (Jack Creley); y Nicki Brand (Deborah Harry), la atrayente locutora de radio que le arrastra al abismo.

La complejidad de Cronenberg en Videodrome se manifiesta en la creación de ese universo fantástico que define como filosofía. Trascendencias (o no) aparte, el director canadiense es coherente en su discurso visionario y existencialista: cómo los medios de comunicación –la televisión en concreto– influyen en el ser humano (“La pantalla del televisor se ha convertido en la retina del ojo de la mente”) y acaban controlándole; cómo el poder –caracterizado en la película en secta y en Barry Convex (Leslie Carlson)– domina al individuo, cuya identidad se ve alterada, hasta el punto que es necesaria su autodestrucción para reencarnarse en materia nueva. “Nueva carne”, le llaman al concepto, en el que se produce una metamorfosis y lo orgánico (el cuerpo) se fusiona con lo artificial (la máquina).

Final: resurge el televisor y otra mujer, ahora Nicki, se dirige a Max, pero en esta ocasión no para recordarle nada sino para guiarle y mostrarle el camino: “To become the new flesh you have to kill the old flesh.  Don't be afraid. Don't be afraid to let your body die. Just come to me, Max. Come to Nicki. Watch. I'll show you how.  It's easy”. Sólo queda un paso para la mutación final: el suicidio, la pérdida completa de la identidad y el nacimiento de un nuevo ente. La realidad se refleja en la pantalla y Max la ejecuta. Habla Cronenberg: ha nacido el ser superior.




Reseña de Carlos Aguilar
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El inquieto Max Rennn descubre la existencia de un programa pirata de televisión por cable denominado Videodrome y compuesto por entero de sexo y violencia... El film más interesante de Cronenberg, memorable por lo arriesgado de sus propuestas y la sugestión que encierra su acabado cinematográfico, si bien denota cierta y progresiva incoherencia expositiva. Un fracaso comercial en su día, y una película de culto. 88m. C.