Mujeres y más mujeres de Nueva York hablando exclusivamente de hombres, de moda, de belleza, de estética y de cosméticos a finales de los años 30. Y cotilleando entre ellas y sobre todas. Como retrato de la mujer de la época y como estudio sociológico deja que desear por reduccionista y simplista. Ahora, gana como comedia dialéctica hilarante de mujeres sin más distracción que hablar de la otra respecto a aquél, un aquél en un absoluto fuera de campo, pues la pantalla solamente se inunda de féminas.
Antes de la Segunda Guerra Mundial y de películas como Historias de Filadelfia (The Philadelphia Story, 1940), El multimillonario (Let’s make love, 1960) o My Fair Lady (My Fair Lady, 1964), George Cukor confirmó su fama de director de actrices y adaptador de obras literarias a la gran pantalla con Mujeres (The Women, 1939), película con guión de Anita Loos y Jane Murfin elaborado a partir de la obra homónima de Clare Boothe Luce que triunfó en Broadway en 1936:
Mary Stephen (Norma Shearer), esposa felizmente casada y madre de una niña, descubre que su marido le es infiel cuando decide, aconsejada por la sagaz de su prima Sylvia Fowler (Rosalind Russell), ir a pintarse las uñas al centro de belleza de moda de Nueva York y la manicura se lo suelta como cotilleo, sin saber que está hablando con la señora de. La tercera en discordia es la trepa Crystal Allen (Joan Crawford), la dependienta de una perfumería. Y en medio de este aparente drama a tres bandas se interponen numerosas mujeres, todas con voz y voto ante la decisión de Mary de divorciarse del señor Stephen, entre las que encontramos a Edith (Phyllis Povah), Peggy (Joan Fontaine), Miriam (Paulette Goddard) o Flora (Mary Boland), entre otras. El orgullo pone el resto.
El carácter de cada una de las mujeres viene determinado desde el inicio, en unos creativos créditos iniciales donde se define mediante la animalización la línea estereotipada de los personajes: desde la cierva Mary, hasta la oveja Peggy, pasando por la zorra Miriam, la gata Sylvia o la gueparda Crystal. Cukor se rodeó de un elenco exclusivo de mujeres, a las que exprimió en un acelerado ejercicio dialéctico. Diálogos frescos, entrecortados, inacabados, sarcásticos, irónicos.
Sylvia: Adoro a Edith Potter, pero a veces me deprime. Claro que su marido se aburre.
Peggy: ¿Qué te hace pensar que él...?
Sylvia: Querida, no para de flirtear. Le encanta besar a las chicas. Le dije: "Otro beso como ése y voy directa a Edith".
Peggy: ¿Y se lo dijiste?
Sylvia: ¡Claro que no! Jamás le haría daño a Edith.
Nancy: (a Sylvia) ¿Una nuez?
Sylvia: Gracias, querida. También sospecho de mi marido, no me fiaría de él ni muerto.
Peggy: Sylvia, no deberías hablar así, ¡es una deslealtad!
Sylvia: ¿Sabes cómo hablan de nosotras cuando no estamos?
Nancy: He oído rumores.
Sylvia: Exactamente, y... Ya que hablamos del tema, ¿y si el amo de esta casa se hubiera descarriado?
Nancy: No.
Sylvia: Puede que Mary Haines esté en la inopia.
Nancy: Debería pedirte argumentos.
Sylvia: Deberías pedírselos a alguien. (A Edith, que regresa del baño) ¿Ya está, querida?
Edith: Sí, una falsa alarma. ¿Habéis terminado conmigo?
Nancy: Sí, estamos con la anfitriona.
Sylvia: Creo que Mary hace muy bien en llevarse a Stephen a Canadá.
Nancy: No soportas que Mary sea feliz, eso te deprime.
Sylvia: ¿Por qué iba a deprimirme?
Nancy: Porque es feliz con lo que es.
Sylvia: ¿Y qué es?
Nancy: Una mujer.
Sylvia: ¿Y nosotras?
Nancy: Hembras.
Todo aderezado con unas buenas interpretaciones de unas actrices de primera. Del trío protagonista, nos quedamos con la lianta Rosalind Russell, por su comicidad y su ansia hacia el chisme, frente a la buena de Norma Shearer y a la portentosa Joan Crawford. Del resto de mujeres, destacamos a la atractiva Paulette Goddard, que irrumpe a medio metraje aportando una actitud liberal al conjunto.
Sylvia: ¡Oiga! ¿No se apellidaba usted Aarons?
Miriam: ¿Y a usted qué le importa, señora Fowler?
Sylvia: No se mueva usted de ahí. "Miriam 'Vanidades' Aarons acaba de obtener el divorcio. Adivine, señora Fowler, con quién se va a casar".
Mary: ¡Pero Miriam!
Miriam: ¿Por qué esas cotillas amargadas no nos dejarán a las divorciadas en paz?
Sylvia: ¡Pero será posible!
Mary: ¡Vamos, Sylvia!
Sylvia: ¡¿Tú sabías esto?!
Mary: No, claro que no. Pero qué más te da. Tú no amas a Howard.
Sylvia: Eso no tiene nada que ver. (A Miriam) ¿Cuánto dinero le ha dado?
Miriam: Yo le hago pagar por lo que quiere. Usted le hace pagar por lo que no quiere.
Sylvia: ¡Pero será guarra la muy...!
Miriam: ¡Oiga, deje de insultarme, pija de Park Avenue! Sé muchas más palabrotas que usted.
Mas no sólo las interpretaciones están a la altura y los diálogos son de vértigo, con la secuencia de apertura en el centro de belleza que supone un torbellino para el espectador, sino que el ritmo frenético de la película no decae. Un logro si hablamos de una película de dos horas, donde prevalece la palabra sobre la imagen. El resultado es fruto de un sólido guión. Y la fotografía cuenta con sus cinco minutos de gloria de pasarela de moda en Technicolor, con trajes del diseñador de moda Adrian. Poco más. El desenlace, que no desvelaremos, sorprende a ojos de una mujer actual, pero encaja en guión y quién sabe si en época. ¿El orgullo y la dignidad? Que le pregunten a Mary y sus uñas “rojo jungla”. Parece que l'amour, l'amour se impone. Quizá porque rima con glamour. Quién sabe.
Reseña de Carlos Aguilar
.......................................
Una mujer obtiene el divorcio, pero luego se lo piensa de nuevo. En medio están sus amigas y más “amigas”. Partiendo de la obra de teatro de Clare Boothe, se construyó un guión lleno de ingenio, diálogos magníficos y situaciones divertidas, para mayor gloria de un reparto íntegramente formado por mujeres. No es extraña la fama de Cukor como director de actrices e indudable después de este film. Se realizó un remake musical en 1956 por David Miller The opposite sex. Secuencias de moda en Technicolor. 132m. B/N