Los niños son el futuro

28 de enero de 2010

La primera película que vi de Michael Haneke fue Funny Games (1997), muy premiada por la crítica. Miento: no la vi, pues a medio metraje la paré. Y no por no soportar la violencia de la cinta, sino porque me resultaba un engaño. Funny games, según dicen, experimenta con un nuevo tipo de violencia. Trascendencias a parte, a mí que no me la cuelen: es más de lo mismo. Por eso, cuando me dijeron que La cinta blanca estaba muy bien, fui al cine con la escopeta cargada. Pero tuve que descargarla, quitarle las balas y enviarla a la mierda. Hace mucho que no voy al cine de pago, por lo que esta afirmación va a carecer de sensatez, pero La cinta blanca (Das weiße Band, 2009) es una de las mejores películas que (miren, hoy me da por pálpitos) se puede ir a ver estos días al cine.

Dice la sinopsis:
Un pueblo protestante en el norte de Alemania. 1913-1914. Vísperas de la I Guerra Mundial. La historia de los niños y adolescentes del coro del colegio y de la iglesia dirigido por el maestro, y de sus familias, el barón, el encargado, el médico, la comadrona, y los granjeros. Empiezan a pasar cosas extrañas que, poco a poco, toman el carácter de un castigo ritual. ¿Quién está detrás de todo esto?
Poco voy a decir de la película, tan solo pinceladas, pues lo apropiado es ir a verla. Por muchos y varios motivos: por la magnífica fotografía, con esos blancos y esos negro; por esas interpretaciones infantiles tan soberbias como conmovedoras; por su tiempo, lento, pero en ningún caso pesado; por la maestría del sonido, con esa ausencia de banda sonora; por no ser nada pretenciosa ni trascendental (¡cómo se agradece!); por (esta vez sí) explorar sobre la violencia en diferentes ámbitos humanos; por unos diálogos sobrecogedores; por unos paisajes maravillosos; por una ambientación correcta; y, sobre todo, por no imponer, sino disponer: plantea muchos interrogantes. Es inevitable, después de los créditos, no preguntarse qué fue, quién hizo, por qué aquello. Y a ello, le puede seguir hora y media más de elucubraciones varias. Conclusión: es una película para ver, como mínimo, dos veces. No por incidir en lo majestuoso del film, sino para ir cerrando interrogantes. O abrir más, quién sabe.

Sólo un último apunte: si dicen que los niños son el futuro, en este caso, la afirmación es tan terrorífica como cierta. Nuestra pasada historia universal se encargaría de justificar dicha afirmación.

Ya me callo. Vayan a verla.